Dulce ascenso

Dulce ascenso

Por: Gustavo Mirón

En este 70 aniversario de nuestro querido Puebla de la Franja, quiero compartir con ustedes, amigos de Puebla FC Fans, uno de los momentos que más recuerdo de los Camoteros. Ese instante lo viví como aficionado, lejos de las cámaras, crónicas y entrevistas que hoy en la actualidad enmarcan mi día a día.

Hablo del ascenso a Primera División. Jamás olvidaré ese sábado 26 de mayo de 2007. Desde que desperté tenía ya ansiedad por irme al estadio. Como buen fanático (y chamaco loco) me pinté el cabello de azul junto con mi hermano y acompañados de mi padre emprendimos el camino al dos veces mundialista.

¿Nervios? ¡Claro que sí! Dos horas antes de empezar el partido el estadio estaba a su máxima capacidad. Incluso, los jugadores de Dorados de Sinaloa no pudieron ocultar su asombro al salir a reconocer el campo.

“¡Se están cagando de miedo! ¡Ya ganamos!”, me gritaba mi hermano mientras un sonoro abucheo recibía al rival y el Puebla aguardaba para hacer explotar a la tribuna que, hay que reconocerlo, tenía sobrecupo.

Amigos, no existe peor lugar para sufrir una final que la Rampa Oriente del Cuauhtémoc, pues Álvaro “Bola” González en dos ocasiones y Hugo Ruíz en una oportunidad provocaron sendos sismos en esa parte del inmueble que se combinaban con el grito de gol.

Sí, Dorados atinó a la puerta en dos ocasiones. La segunda, señores, provocó que agarrara mi bufanda de la Franja y me sentara rogando que ya terminara el partido mientras la gente coreaba el “ole, ole”.

“¡Dejen de brincar! ¡Ésta madre se mueve mucho!”, decía en mis pensamientos antes de explotar en júbilo con el pitazo final.

Era tiempo de celebrar y no nos íbamos a quedar en mi casa. Por eso agarramos camino a la Avenida Juárez para aguardar a nuestros héroes del momento sin importar que la lluvia nos despintara el cabello y manchara nuestra playera.

Nos valió un cacahuate el poco tacto de la Policía Municipal y el miedo del impresentable ex alcalde Enrique Doger, quien ordenó tratar como delincuentes a hombres, mujeres, niños y niñas que por fin tenían un motivo para celebrar.

Y ahí estábamos, en una camioneta desconocida recorriendo la Reforma, llegando al Zócalo y pasando por Plaza Dorada. Era una noche dulce, la noche del regreso a Primera, de donde nunca debimos salir.